28/2/10

El porqué de la bicicleta

Corría el año 1967 y los estudios Abbey Road se colmaron de casualidades y anécdotas. Mientras unos consagrados Beatles grababan el odiado y amado, sobre todo en este órden cronológico, Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, Pink Floyd hacían lo propio con su debut, The Piper at the Gates of Down.

Aunque llevaban ya un par de años tocando en la escena underground londinense y aún les quedaría una carrera llena de triunfos por delante, Syd Barrett no participó enteramente en ningún otro álbum. Y precisamente él es su mayor influencia: casi toda la música y la letra son suyas. La sencillez y el surrealismo de sus canciones han sido elogiados por compositores de la talla de David Bowie, Paul McCartney o Graham Coxon. De lo poético a lo absurdo, el mundo de Barrett es lírico, delirante en ocasiones; destila genialidad. Algunos títulos denotan elementos fantasiosos y otros parecen de lo más cotidianos. Como una mezcla de ambas polaridades, destacamos Bike. Os invitamos a que la disfrutéis y que prestéis atención.

En tal caso, hacia el final de la misma, escucharéis campanas, relojes, gongs, violines, osciladores y otros sonidos editados con ténicas de casete. Éstos constituyen lo que la musique concrète denomina objetos sonoros. Efectivamente, otra de las sorpresas de Bike es que se convierte en una forma de este subgénero electrónico-acústico basado en la acusmatique como fuente, es decir: del sonido que se produce sin que nadie vea qué lo origina. Aunque el Piper se considera un claro exponente de rock psicodélico y Pink Floyd fueron de los pioneros en incorporar asiduamente sonidos de utensilios de todo tipo -a parte de intrumentos- en sus actuaciones en directo, la paternidad de la música concreta se atribuye a Pierre Schaeffer en los años 40. Un montaje musical sonoro en toda regla.
La grandeza de todas estas historias merece una próxima entrega. Por el momento, ya sabéis el porqué de Bike.